Batalla inacabada.

La brisa rozó su rostro, aún pálido. Sus pestañas seguían empañadas de ensueños perdidos, de cristales evaporados por la rabia contenida. A penas notó su llegada, fue tan leve el sonido, tan dulce su presencia que no opuso resistencia. Los brazos colgados, la niebla se perdía en su mirada, llena de envidia la acunaba. Un único testigo se asomaba, el sol, rey de los reyes, fiel caballero de sus días en soledad que guiaba a madre Luna a que fuera en su busca, las noches eran largas, frías y descoloridas, las partidas de ajedrez mantenían su mente ocupada, estrategias, combates que no acababan, reglas y más movimientos, y más soldados que caían en la batalla, por suerte el jaque mate no llegaba.
Se mantenían en tablas, no querían baños de sangre. Mutuamente se necesitaban.

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